jueves, 14 de junio de 2012

La trampa


El lenguaje nos hace caer en trampas. Una de esas trampas es pensar que el otro sabe lo que pensamos. El error de creer que compartir el mismo lenguaje, es compartir la misma forma de decir. Pero el tiempo pisa el velo de ese error para dejarlo en descubierto: hay un ritmo distinto en el lenguaje de cada quien. Cuando pensamos somos parecidos o distintos, pero nunca podemos transmutar nuestro lenguaje al lenguaje del otro. Caemos entonces en la trampa de la suposición. Mejor sería no dar nada por sabido. No dar nada por dicho, por anoticiado. El decir, es siempre un resto. Pues lo que viene luego de suponer algo del otro, es actuar a condición de ello y es allí cuando incurrimos en el error mayor, el de culpar al otro de nuestros propios pensamientos.
Otra, es la trampa inversa: pensar que sabemos lo que el otro piensa. El otro lado de la suposición. El hecho de creer que sabemos algo que en realidad no sabemos. Amalgamarnos al sentido. No concebir el lenguaje del otro como lenguaje del otro. Saber que hay un vacío, pero suponer con urgencia algo dentro del vacío. Meter palabra. Caernos encima del otro avasallando con sentido una propuesta de hiancia. No corresponder a su seducción, no poder enamorarnos de su falta, sino aplastarlo con toda verborragia. Lo pesado del lenguaje. Creer que el lenguaje, se adivina.
Intencionar el lenguaje del otro. Otra trampa. Volver el propósito tan explícito que el sentido se vuelve espeso. No poder ser más, que seres capturados por una gramática que afila la lengua y una semántica que afina el oído. No tomar a las palabras por palabras. No creer en la gracia del lenguaje. Inferir una intención en lugar de lo insondable, es no poder tolerar que el lenguaje mucho tiene de acertijo. E incurrir entonces en el mal mayor: no solo inferir una intención a lo hablado por el otro, sino también, a su no dicho. A su bocanada de aire. Sentido y palabrerío, la fiebre del que dice.
Y la trampa de la noticia en la que todos caemos. Linda trampa, querer decirlo todo. Linda como una máscara en el carnaval de los comprometidos y comprometedores del lenguaje. Trampa de todos en el festejo y padecimiento de la lengua. Del no saber qué decir en qué momento. Máscara  de la urgencia por decir algo, en lugar de hacer la cosa. La trampa de no dejar que el vacío haga lo suyo, de no soportar el casillero oscuro del crucigrama. 
El lenguaje es la trampa misma. El que calla otorga pero el que dice también lo hace. ¿Otorgar qué cosa a quién? El lenguaje otorga más lenguaje. El que pronuncia provoca y el que calla también. No hay forma, no hay modo de evitar esa transición, decir es siempre la primer trampa. Porque decir se dice de todos los modos, como un viaje inevitable, como un punto de fuga, como un camino infinito. El lenguaje compromete hasta los órganos. Todo condice. El silencio también es el lenguaje. El silencio también seduce a la lengua, nada podría llevar a otro sitio. Somos materia y palabrerío, no hay forma de no caer en la trampa, porque somos la trampa.







miércoles, 13 de junio de 2012

Mi propósito


Si te quiero
desesperadamente
si te quiero con urgencia


con necesidad de quererte


si te quiero a pesar de todo
a pesar de vos
y a pesar mío.


Si te quiero 
irremediablemente
sin importarme nada
si te quiero tanto así
sin egoísmos.


Si te quiero
abruptamente
inquietamente
sondeando abismos.


Si te quiero así
sin salvarme de nada


entonces, no te quiero


entonces lo que quiero es la esperanza
el anhelo
el simple anhelo de que entonces vos me quieras
simplemente porque yo te quiero.


Y eso no es justo
es más noble para ámbos
quererte porque si
y porque no


y es así como
me propuse quererte.