Efímero no es
la incertidumbre.
Ni el beso en su
debate
por la vida o la muerte
que se decide
a ser de todos y de
nadie
al mismo tiempo
en que condensa toda
el alma
y cada sexo
en el juego ambicioso
de desearnos
(algo más que buena
suerte)
Efímero
no es
ni si quiera eso.
Efímero no es
lo mentiroso.
Ni el ángel de
aquellos
que no creen,
ni tampoco esa
costumbre
irremediable
de encontrarnos
demasiado susceptibles
mientras la vida se
parece
a un manojo de
señuelos tentadores.
Efímero no es eso.
Efímero es
todo aquello
que se vuelve efímero,
sin demasiadas
predicciones
y en el momento justo
de quererlo vorazmente
con anhelos
para toda la vida.
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